La Torre del Sol es un símbolo de que el progreso humano está en lo espiritual y no en lo material

La obra que Taro Okamoto creó para la Expo ’70 de Osaka nos recuerda que lo ancestral trasciende a cualquier avance tecnológico.
La Torre del Sol (太陽の塔, Taiyō no Tou) se alza en la Plaza de la Armonía del Parque Conmemorativo de la Expo ’70 en Suita, Osaka. Foto: Noa.

La Torre del Sol de Osaka es un edificio escultórico gigante que parece un ser de otro mundo. No hace falta conocer nada de la obra para sentir extrañeza, sobrecogimiento, admiración o incluso amor al estar ante su presencia. Esto no pasa porque sí: la torre está inspirada en conceptos ancestrales de nuestra cultura y nuestra espiritualidad, y está llena de símbolos que representan diferentes caras de lo que somos como humanos. 

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Interior de la Torre de Sol, con el Árbol de la Vida en el centro. Imagen: folleto original del Museo de la Torre del Sol.

Su autor, Taro Okamoto, dio a la Torre del Sol un significado mucho más profundo de lo que podrían imaginar quienes le encargaron la obra. Conceptos como el tiempo, la vida, la evolución, el espíritu y la trascendencia, están representados en la torre. Por eso, pese a ser una obra construida hace solo 51 años, hay en ella una fuerza ancestral.

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Cara posterior de la Torre del Sol, con el Sol Negro que representa el pasado. Foto: Noa.

La Torre del Sol se diseñó para la Exposición Universal de Osaka en 1970. Sería la primera Exposición Universal celebrada en Asia, en un momento en que Japón vivía una etapa de optimismo y bonanza económica. En ella se presentarían avances tecnológicos tan determinantes como los primeros shinkansen o trenes bala japoneses, prototipos de teléfonos móviles o las películas IMAX. El Gobierno Japonés encargó a Taro Okamoto la construcción de este edificio que recibiría a los invitados literalmente con los brazos abiertos. Sería el símbolo de una Expo cuyo lema era “Progreso y armonía para la humanidad”.

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La Torre del Sol ha tenido un gran impacto en la cultura pop japonesa. Dibujo de Shintaro Sakamoto, vocalista, guitarra y líder de la banda Yura Yura Teikoku, disponible en su libro «Shintaro Sakamoto Artworks 1994-2006».

Sin embargo, el significado de “progreso” y “armonía” son muy abiertos. En un mundo marcado por la Guerra Fría, la energía nuclear o la carrera espacial, Taro Okamoto percibía que a su alrededor, el progreso había quedado relegado al desarrollo tecnológico, y la armonía se basaba meramente en el desarrollo económico. El artista veía carencias espirituales y emocionales que estaban llevando a la humanidad hacia un materialismo vacío y alienante que nos convertía en meros siervos de esos supuestos avances. 

El mismo año en que la Torre del Sol se reabrió al público , el director Kosai Sekine estrenó el documental «Torre del Sol (2018)», que explora la idea de que la obra de Okamoto es la antítesis de lo que la Expo ’70 de Osaka buscaba representar.

A Taro Okamoto (1911-1996) se le llama a veces “el Picasso japonés”, de hecho empezó sus obras inspirado por este artista. Nació en Kawasaki y se formó en la Sorbona de París donde estuvo en contacto entre otros con el padre del surrealismo, André Breton. Okamoto basó su arte en un concepto que llamó “polarismo”, expresando que la energía y la belleza solo pueden surgir de la unión de fuerzas contrarias. Este dualismo está muy presente en la tradición espiritual oriental, y Okamoto lo expresó uniendo características del arte abstracto y el vanguardista. 

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Ameba en la base del Árbol de la Vida, en el interior de la Torre del Sol. Foto: Noa.

Además, hay un hecho sin el que que no se podría entender el calado de la Torre del Sol y de muchas de sus obras: el interés de Okamoto por la etnología y la antropología cultural, y su fascinación por la cerámica prehistórica japonesa del período Jōmon (12 000 a.C. – 800 a.C.). Okamoto quería encontrar la “esencia” del “verdadero Japón” y la buscó en sus ancestros, para lo que emprendió un viaje que le llevó regiones remotas del país, de Tohoku a Okinawa. El artista desarrolló un gran número de escritos sobre el tema y utilizó este bagaje como una de sus fuentes de inspiración. 

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Ejemplo de «dogū» o «figura de tierra» del periodo Jomon. No se sabe qué propósito tenían estas figuras humanoides, pero tanto este tipo de arte como la cerámica de este período causaron una profunda impresión en Taro Okamoto. Foto: Kakidai, CC BY-SA 4.0 vía Wikimedia Commons.

De hecho, la Torre del Sol parece alzarse como la Deidad de una civilización antigua, que acoge y bendice a la humanidad bajo sus brazos, y que puede verlo todo a través de sus diferentes caras. Como en presencia de cualquier ser divino, al estar a los pies de la torre esta resulta sobrecogedora, especialmente por su magnitud: mide 70 metros de algo, 20 metros de diámetro y cada uno de sus brazos tiene 25 metros de largo.

En el contexto de una Expo universal donde lo que se buscaba a nivel conceptual y estético era representar el futuro, especialmente en la vertiente tecnológica de la palabra, es irónico que su mayor símbolo parezca primitivo, antiguo. En ello queda patente la intención de Okamoto de transgredir desde dentro y aplicar su polarismo, planteando que el progreso no puede basarse solo en mirar hacia adelante sin tener en cuenta lo ancestral. 

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Imagen de la Torre del Sol durante la Expo ’70 de Osaka, dentro del complejo llamado Pabellón Temático y cubierta por el Gran Tejado, hoy desmantelado. Imagen: folleto original del Museo de la Torre del Sol.

La Torre del Sol condensa un gran número de elementos que nos definen como humanidad. Uno de ellos es el concepto del tiempo, expresado por ejemplo en las caras de la torre. La cara superior o Máscara de Oro, con ojos que de noche son dos haces de potente luz, representa el futuro. La cara inferior a esta, la más antropomórfica, es la Cara del Sol y representa el presente. En la parte trasera de la torre se encuentra el Sol Negro, la cara que representa el pasado. A estas tres caras exteriores se le suma una que se encuentra en el interior de la torre, probablemente la más fascinante de todas. 

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La Torre del Sol en 2021. En su cúspide, la Máscara de Oro que representa el futuro, y entre sus brazos, la Cara del Sol que representa el presente. Foto: Noa.

Se trata del Sol del Inframundo. A diferencia de las otras tres, esta cara no representa un aspecto temporal, sino que simboliza el mundo espiritual interior de los seres humanos. Este mundo espiritual trasciende al tiempo, emerge de nuestra esencia humana más profunda. Quizá por ello esta cara se encuentra en la base subterránea de la torre, en una sala oscura, acompañada por máscaras y figuras antropomórficas de deidades de diferentes culturas. Lo más irónico de todo esto es que esta cara se perdió después de la Expo.

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Imagen del Sol del Inframundo en la planta subterránea de la Torre del Sol, rodeada de figuras de deidades. Se trata de una réplica, nadie sabe dónde se encuentra la original. Imagen: folleto original del Museo de la Torre del Sol.

Estamos hablando de una cara que mide 3 metros de alto por 11 metros de ancho, no parece precisamente fácil llevársela o perderla. En la torre puede verse actualmente una réplica, ya que nadie conoce el paradero de esa cara que representaba nuestro bagaje espiritual. 

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Jarrón de cerámica perteneciente al periodo Jomon medio (3.000 – 2.000 a.C.). Estas piezas de uso cotidiano fascinaron a Okamoto Taro, que consideró la estética de este periodo como la esencia de Japón. Foto: Morio, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons

Durante la Expo, el concepto de tiempo también quedaba expresado en el recorrido que los visitantes hacían por un complejo que rodeaba a la Torre, llamado Pabellón Temático. Estaba formado por diferentes niveles. El subterráneo estaba dedicado al pasado, y en él se situaban la mencionada cara del Sol del Inframundo, pero también réplicas de homínidos cazando o una pieza dedicada al ADN. 

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El Árbol de la Vida, dentro de la Torre del Sol, es una escultura de 41 metros que representa la evolución de las especies. Foto: Noa.

La planta baja, dedicada al presente, estaba formada por la Plaza de la Armonía, donde está la Torre del Sol, y donde había también otras dos torres: la Torre de la Juventud y la Torre de la Madre. Partiendo de la planta subterránea del pasado, los visitantes ascendían por el interior de la Torre del Sol donde se encontraba el Árbol de la Vida. Esta pieza de 41 metros de alto, que actualmente puede visitarse, representa la evolución de las especies.

En ella están suspendidos 183 organismos, desde amebas a humanos pasando por dinosaurios, que fueron creados por Tsuburaya Productions, el estudio de efectos especiales responsable de Ultraman. El Árbol de la Vida crece desde el pasado y asciende hacia el futuro, simbolizando la energía de la vida que avanza y cambia de manera constante. 

La planta subterránea de la Torre del Sol durante la Expo ’70 reunía elementos que representaban el pasado y los orígenes de la humanidad. Imagen: folleto original del Museo de la Torre del Sol.

La planta dedicada a futuro estaba suspendida en el aire en el interior del llamado Gran Tejado, una estructura que rodeaba la Torre del Sol que fue desmantelada cuando terminó la Expo. En esta área se mostraban ideas sobre cómo sería la ciudad del futuro y la vida cotidiana de sus habitantes. Por su posición, este Gran Tejado donde se representaba el futuro guardaba también un mensaje simbólico: la Torre del Sol lo atravesaba, alzándose sobre él. Con ello, Okamoto dejaba clara su idea de que el progreso humano va más allá de los avances tecnológicos, los traspasa y los trasciende apuntando hacia el cielo porque no está limitado a lo material. 

En definitiva, tanto en los elementos de la propia Torre del Sol como en todo el complejo que la rodeaba durante la Expo está reflejada la conexión constante de pasado, presente y futuro en un solo fluir constante. Esta idea está inspirada en el mandala, el concepto oriental del universo, en el que todo lo que percibimos como independiente está en realidad integrado en una sola unión absoluta. 

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Pólipos en la base del Árbol de la Vida. Foto: Noa.

La Torre del Sol es deidad y a la vez templo, tótem y faro. Es un lugar que deja huella en quien lo visita porque incluso sin conocer sus detalles simbólicos mediante la razón, podemos sentirlos mediante la intuición porque tocan la identidad cultural atávica y profunda de la civilización humana. 

Es una obra que nos recuerda que el progreso tiene que brotar estando siempre arraigado en lo ancestral y lo espiritual, y que la tecnología debe seguir siendo siempre una herramienta que ayude a ese fin, sin ser el fin mismo. Desde luego, este no es un mensaje que haya dejado de estar vigente, y no parece que vaya a dejar de estarlo el futuro próximo. Por suerte, la Torre del Sol sigue en pie, acogiéndonos con sus brazos abiertos para recordarnos de dónde venimos. 

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Boceto del Árbol de la Vida, en el que están representadas especies que van desde los protozoos a los homínidos pasando por los dinosaurios. Imagen: folleto original del Museo de la Torre del Sol.

Puedes leer más sobre la Torre del Sol y ver fotos actuales y antiguas en su web oficial.

Si quieres visitar la Torre del Sol, recuerda reservar tu ticket con antelación.

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